Un amigo que nos dejó hace años decía “hay que saber terminar la fiesta a tiempo”. Se refería a cuando salíamos de copas (qué tiempos ¡) y había alguien que siempre quería “tomar la última”. Me ha venido a la cabeza porque eso pasa en muchos ámbitos de la vida y en las películas también; agradezco cuando una película acaba cuando tiene que acabar y no se alarga cuando ya está dicho lo que hay que decir.
La cosa empezó hace ya bastantes años cuando, eso que se llama “superproducciones” tenían (y siguen) que durar un par de horas por lo menos. En las de acción eso se resolvía con persecuciones y coches que se destrozaban a favor del protagonista y que, en mi humilde opinión, eran montajes sucesivos de los mismos planos o planos de otra cámara. Y así veinte minutos que parece que gustaban para generar adrenalina.
Luego están otras películas que alargan el final para incorporar una dosis adicional de sentimentalismo. Y recojo un texto de José Luis Cuerda (qué gran recuerdo tengo de cuando pasó por el FAS) “No existe el sentimiento blanco. Todo sentimentalismo es un enmierde. Un río revuelto en el que pescaban los de siempre, y a caña, y ahora han entrado los yates y hasta los arrastreros. No hay mejor rendija para adueñarse de los adentros que el maleable sentir. Hasta los militares, que no son sutiles ni amigos de ciencias del espíritu, saben que por ahí se hace boquete y utilizando de banderín de enganche una idea tan poco práctica, en principio, como la patria, llevan a soldados a la muerte”.
Me doy cuenta al trascribir que estas sabias ideas tienen ahora un significado especialmente relevante. Pero no era esa mi intención, sino hablar de cómo terminar una película.
He visto hace un poco “Yo no soy madame Bobary”. Me gustó su estética preciosista basada en las pinturas chinas, su historia bastante original y cómo trasmite el sometimiento de los cargos políticos a sus superiores para que no les defenestren. Pensé que en nuestro entorno el temor está en el comportamiento de las encuestas y seguramente en algo más que anda por las alturas. De nuevo me desvío.
Sigo con la película. El origen de la historia está en una mentira para conseguir una vivienda. Pues hete aquí que hay un epilogo en el que la protagonista dice que no fue por eso, que fue porque quería tener un segundo hijo. Qué necesidad había del epilogo y de esa dosis adicional de azúcar.
Segundo ejemplo. Veo en televisión una película de título “Te esperaré”. Historia de hijos de rebelde antifranquista a los dos lados del Atlántico, que se reconocen, se encuentran y se hermanan. Pues cuando todo esto está ultimado, epílogo al canto. El “malo” juzgado y condenado se ha escapado de la cárcel…( ¿qué cárceles son esas?); intenta matar a la pareja joven en la obra de construcción de una iglesia, y así se muestran imágenes con cruces y fuego, en una escena que asemeja a las del Kukusklan. Los salvan, y todavía más; un año más tarde en Madrid uno de los hijos ha publicado un libro sobre su padre y el otro lo presenta. ¿Se puede ser más cursi?.
Y va el tercero. “Green Book”, historia de cierta originalidad (aunque recuerda aquella de ¨Paseando a Miss Deisy”) que nos muestra cómo lo pasaban los afro-americanos y así se explica que los “panteras negras” no eran simplemente gente mala. Pues nada, el italo-americano y el pianista fino afro-americano se encuentran emocionalmente, se hacen amigos y llegan a su ciudad la noche de Navidad y, claro, nevando. Que podía haber terminado la historia con una llamada del pianista a ese hermano con el que no se trataba… que ya hay azúcar ahí. Pues no, se siente solo y acude a la casa del italo-americano donde una gran familia lo acoge en la celebración. Doble dosis de azúcar y hasta triple.
Por todo lo que he dicho, se explica que, al ver el final de “Queridos camaradas”, me sintiera aliviada y agradecida. Madre e hija se reencuentran en un tejado, se abrazan, y la madre le dice algo así como saldremos de aquí. Cualquier malintencionado nos hubiera alargado media hora de película y contarnos la peripecia para salir de la ciudad, con mucho sacrificio de la madre que así expía más sus culpas por haber sido comunista.
Y todavía en el coloquio se plantea si el de la KGB se había enamorado de la madre. Qué más da, eso corresponde a las telenovelas y no a una película seria.
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