Este martes hemos podido ver este duro documental dirigido por David France sobre la persecución que sufren las personas LGTB en Chechenia y también en Rusia. El títúlo que le he puesto a la entrada no es para dudar de la veracidad de los hechos, demasiado reales..., sino para hablar de la diferencia (si es que la hay) entre el documental y la ficción. Recuerdo hace unos años ver un documental en Netflix llamado Making a Murderer, muy recomendable. Trata sobre un caso muy mediático en USA que abarca varias décadas. El documental, como este de David France, son del tipo "documental de inmersión", donde la forma de grabar la realidad es hacer que las personas protagonistas del documental se acostumbren tanto a la presencia de la cámara que ese hecho no suponga un impedimento para que aparezca la verdad. Todos sabemos que la cámara impone y que en el reportaje más inmediato es difícil encontrar esa verdad, sobre todo la verdad cotidiana que tan bien se le da a la ficción.
Al de unos capítulos de este documental de Netflix hace aparición un abogado de oficio que defiende a los protagonistas de la historia. Es una persona que se nos hace muy desagradable desde el principio, en las imágenes grabadas parece una persona muy falsa, da la sensación de estar manipulándoles todo el rato de una manera descarada. Es un auténtico personaje, de los que si aparece en una obra de ficción, dirías que es poco realista o muy estereotipado. Lo curioso de por qué cuento esto es por que en un momento determinado de la serie, narrada a ritmo de thriller, también como Bienvenidos a Chechenia, se me escapó el comentario hacia mi mujer: "qué bien lo hace este tío". En mi fuero interno me había metido tanto en la historia que me creí por un momento que estaba presenciando una ficción y que el abogado no era un abogado, sino un actor haciendo de abogado.
En este documental recién visto en el Fas me ha pasado lo mismo. Se le suele achacar a la ficción su excesiva guionización. Esto es realmente una de sus peculiaridades, el autor de la obra de ficción tiene el poder y la capacidad para presenciar cualquier momento en la vida de los personajes, porque para ellos es su Dios, él los ha creado. Podemos estar con ellos en momentos de soledad, de intimidad, donde no hay nadie más. Esto, en principio, para el documental, es muy poco habitual (no es imposible, se podría grabar uno a sí mismo).
Para ilustrar esto de lo que estoy hablando, y para los que hayan visto el documental de David France, me voy a referir a la secuencia en la que uno de los protagonistas va a ver a su familia a la que hace meses que no ve y que está también como él en un piso de incógnito conseguido por la asociación rusa de LGTB. La cámara, en plano secuencia, sube las escaleras con él, llega al rellano, toca a la puerta y su familia le recibe en directo. Él entra al piso y abraza y saluda efusivamente a todos los miembros de su familia, uno a uno, a su hermana, su sobrina, su madre... Y la cámara lo registra todo sin que nadie mire a cámara. En la ficción, el peligro de que alguien mire a cámara está muy presente, sobre todo cuando se trabaja con extras o con actores no profesionales. La cámara, en la ficción, debe pasar desapercibida, a menos que se quiera (vease La hora del lobo de Bergman o Funny Games de Haneke donde los personajes miran a cámara). En el documental más cercano al reportaje la cámara no pasa desapercibida sino que los personajes son conscientes de su presencia, a veces también hay una voz detrás fuera de cámara que pregunta y a la que los personajes responden. A momentos, Bienvenidos a Chechenia los personajes también hablan a cámara, aunque nadie pregunta nada, no hay esa voz detrás que hace una pregunta. Parecería que se están grabando a ellos mismos en soledad.
En este tipo de documentales de inmersión la cámara busca integrarse tanto en la cotidianidad de los protagonistas de la historia que estos logren olvidarse de ella y así la cámara logre captar la verdad del momento, porque en el documental no hay nada más allá del momento, porque no sería bueno repetir toma. En la secuencia que hemos descrito anteriormente asistimos al momento del reecuentro de la familia, y eso es un momento irrepetible, y la cámara tiene que captar todo lo necesario para la narración. No se le puede decir a la sobrina que, por favor, vuelva a recibir a su tío otra vez como si hiciera meses que no le ve, por que entonces la textura del documental se habría perdido.
Cuando el documental logra esta cotidianeidad con la cámara el documental se acerca a la potencialidad de la ficción y es más rico.
A mí partcularmente me alucina esta relación entre documental y ficción (como a Guerin). Si estoy en una obra que sé feacientemente que es un documental, y donde los protagonistas simplemente se han acostumbrado a la cámara, no me perturba tanto. La mezcla de realidad y ficción me perturba más en obras que no sé si son realidad o ficción, por su propia textura. Me vienen a la mente En construcción, de Guerin, Las tortugas también vuelan, de Bahman Ghobadi, Y la vida continúa, de Kearostami o The Grizzli Man, de Herzog.
En el documental me llama la atención la espontaneidad con que se comportan las personas (que no personajes) pero también la capacidad de transmitir a cámara que tienen los dos activistas de la asociación, especialmente el chico. Supongo que hace falta "oficio" para conseguir un buen resultado pero que si te encuentras con personas de estas cualidades tienes bastante camino avanzado. Por otra parte, el dictador de Chechenia es un tipo que parece saludo de un casting.