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Los motivos de Berta

(O «la película que nunca existió»)


Efectivamente, las peripecias de la  (inexistente) vida pública de este título superan con mucho las de muchas películas «malditas» del cine español, dando en resultar una obra de las llamadas «de culto», para la que solo una reducida franja de público especializado ha podido acceder a su visionado, cimentando desde algunas plataformas minoritarias aquella fama generalizada de resultar una de las propuestas más arriesgadas realizadas en el cine español de los ochenta; solo comparable a “Arrebato” de Zulueta o “Cuerpo a cuerpo” de Viota (por citar dos títulos proyectados en nuestro Cineclub Fas). Así la ausencia de copias de distribución (su autor sólo dispone de una, ya muy castigada por los sucesivos pases) ha imposibilitado el acceso a esta película, a pesar de haberse intentado desde el inicio del ya habitual ciclo anual de «Cine Español», allá por 1984; de esta manera, sólo el contacto establecido con el mismo José Luis Guerín por algunos miembros de nuestra Junta Directiva con ocasión de la proyección en el último Festival de San Sebastián de su segundo  largometraje, “Innisfree” (1989), y el préstamo (excepcional) de una de las copias disponibles en el Ministerio de Cultura, parece que permitirán llegar a la proyección pública de “Los motivos de Berta” en Bilbao.


La película que nunca existió


Cuando a principios de julio de 1983 se anunciaba la finalización del rodaje, en la localidad segoviana de Melque, del primer largometraje de José Luis Guerín, éste no resultaba debutante en los medios como autor cinematográfico, a pesar de contar sólo con 23 años, al apuntarse en su haber una decena de cortometrajes en formatos S. 8 y 16 mm., habiéndose estrenado “Memorias de un paisaje” en 1980 como complemento de “Manderley” de Jesús Garay (otro «maldito» del que se proyectó dos meses atrás “Pasión Lejana”) y en 1981, “Naturaleza muerta”, acompañando a una revisión de “Iván el Terrible” en el cine Ars de Barcelona.


Rodada en blanco y negro en régimen de cooperativa, con un presupuesto próximo a los diez millones, “Los motivos de  Berta” contaba con la financiación de la distribuidora «Globe Films» que, contra los derechos de distribución de la película de Guerín, obtuvo dos licencias de importación; una para “Corazonada” de Coppola; otra para “Porky's  II”


Proyectada en la sección de Nuevos Realizadores del Festival de San Sebastián y en la Mostra de Venecia de 1984, interesó profundamente a la prensa  especializada, recogiéndose favorables reseñas. Pero, para entonces, ya se había torcido la carrera comercial de la película:  efectivamente, ante la ausencia de interés en las cabezas pensantes de «Globe», la distribuidora se limitó a un estreno «de contrabando» en un pase de prensa para el que se habilitó la taquilla del Cinestudio Griffith de Madrid en tres pases llevados a cabo el 9 de marzo de 1984. De esta manera, «Globe» conseguiría su segunda licencia de importación (la primera, al inicio del rodaje de “Los motivos de  Berta”) y  la película entraba a constar en los registros ministeriales como estrenada, ¡con una recaudación de 27.000 pesetas en toda su vida comercial!


Lo que siguió fue la concesión de un Premio Especial Menores por el Ministerio de Cultura que apenas cubrió los gastos de producción; la mínima trascendencia alcanzada tras el envío a aquellos festivales españoles por gestión directa de los autores, y el requerimiento judicial del director por incumplimiento de contrato, en clara manifestación de los aspectos más sórdidos de la industria cinematográfica española, como muestra la afirmación del máximo responsables de «Globe Films» “Los motivos de Berta” es una película que “no existe como tal”.


Con posterioridad, alguna proyección en organismos culturales a los que ha peregrinado el director con sus latas debajo del brazo; como en la Filmoteca de Zaragoza (llena hasta los topes) y en el  Cine-Club de la Asociación de Ingenieros de Barcelona que, para la Mostra que organizó el 19 y 20 de diciembre de 1984 con la obra completa del cineasta José Luis Guerín y el fotógrafo Eduardo Momeñe, tiró 500 ejemplares de un completo «dossier» titulado “Surcando el jardín dorado” que, hasta el momento, es el trabajo más completo sobre nuestro director;  con críticas, entrevistas y textos del  mismo José Luis Guerín.


Fantasía de pubertad


“Se trata de una  historia muy singular de amor que gira en torno al momento mágico de la  pubertad” (José Luis Guerín).


Titulada original, y más ajustadamente, “Fantasía  de pubertad”,en una  primera aproximación “Los motivos de Berta” puede definirse como una transcripción figurativa de “esas constantes que se repetían de un modo muy similar en casi todos los diarios: el fuerte aislamiento, la fascinación por lo nuevo y lo desconocido, los mitos, temores, sentimientos de culpabilidad… todo recogido sin afanes psicologistas, adoptando una actitud de complicidad que, además, debe ser asumida por el espectador si uno quiere ver una película excesivamente ingenua y poco creíble” (José Luis Guerín).


Largometraje de ficción sobre el  paso a la adolescencia de su protagonista, documenta muy bien esta trasformación, apuntando una forma de escritura cinematográfica fuertemente autorreflexiva y referencial como, al parecer, ya denotaba su (desconocida) obra anterior y tendría su desarrollo natural en la más reciente “Innisfree”. Si para esta última película, la atención de Guerín se dirige a los escenarios humanos y geográficos de los condados irlandeses de Mayo y Galway, hollados por Ford durante el rodaje del (doblemente) mítico “Hombre tranquilo”, para “Los  motivos de Berta” es igualmente el registro de gestos, movimientos, o pequeñas anécdotas banales de la adolescente Silvia Gracia, cuya mirada persigue la cámara de José Luís Guerín de forma obsesiva y absorbente.


Como se ve, nada original como historia recurrente en novelistas, poetas y cineastas: el primer paso hacia la luminosidad de la edad de la razón de una adolescente sensible y aislada. Así, se invocará de inmediato la Alicia retratada literariamente bajo la máscara de Lewis  Carroll, que no es otro que el clérigo Dogson que inmortalizara una y otra vez a la impúber Alicia Liddell en imágenes fotográficas de raro e inquietante morbo. 


O también vendrá a la memoria la nínfula de Nabokov bajo el físico de Sue Lyon en “Lolita” de Kubrick. Y en el ámbito francés, desde la intensidad de “Zero de conduite” (de otro «maldito», Jean Vigo)  pasando por la reconocida “Juegos prohibidos” de René Clement  y las más amable “Guerra de botones” de Yves Robert; por no citar más que al eterno adolescente Truffaut desde sus iniciáticos “Les mistons” y al maestro Bresson, especialmente en “Mouchette”. (¿Y quién no se acuerda de la mirada de Ana Torrent en “El espíritu de la colmena” o “Cría cuervos”; pero estas dos últimas citas, especialmente por la atmósfera de la «Castilla  interior» de la obra maestra de Erice en sus aspectos comunes  con “Los  motivos de Berta” refuerzan, y disturban, el efecto deseado).


En cualquiera de los títulos citados (y otros más que se pudieran rastrear en la historia del cine) queda algo de ese  espíritu “donde se suele ubicar la pubertad y por tanto los milagros de la  creación artística” (José Luis Guerín).


La mirada


“La visión precede a  las palabras. El niño mira y reconoce antes de poder hablar”
“Solo vemos lo que  miramos. Mirar es un acto electivo”
“Nunca miramos una  sola cosa; siempre miramos la relación entre las cosas y nosotros mismos”.
“Aunque toda imagen incorpora una manera de ver, nuestra percepción o valoración de una imagen depende también de nuestra  propia manera de ver”.
 (John  Berger, Modos de ver)

“Los motivos de Berta” más que un discurso, una historia o una tesis, resulta una sucesión de miradas: es el realizador quien mira a los personajes, especialmente a Berta - Silvia Gracia;  pero a la vez, Berta devuelve su mirada, cuando mira, al  «mirador»-realizador, estableciendo un diálogo con la cámara; en cierta  manera, intercambio de miradas donde radica el meollo de la película.


Así, Guerín procede a un vaciado del plano, negando todo aquello que no sea esencial. Hay pocas palabras; la acción es casi nula. Lo que importa es suspender el discurrir del tiempo, una cadencia casi musical que permita gozar de la simple mirada, reconstruyendo un mundo a la vez familiar y lejano.


De esta manera, “Los motivos de  Berta” resulta una película muy sencilla que solo pide algo a lo que el espectador es generalmente reacio: acompañar al cineasta en la observación, en  el desentrañamiento de un conjunto de signos.


El resultado es cierta forma de introspección, de mirada interior, una vez ha desaparecido el «alrededor», fabricando al tiempo un ámbito de «realismo mágico» (nunca mejor utilizado este sobado término, que lo mismo sirve para un roto que para un descosido), siendo el último referente la misma protagonista, cuya mera presencia se impone sobre  la construcción de una «historia» exterior que, de existir, debería estar repleta de causalidades (no casualidades) obvias que impulsara el devenir de una serie de momentos verosímilmente «fuertes» enlazados por un hilo narrativo exterior que prestara legitimidad a cierto «realismo naturalista» de raíz  psicologista, común a la gramática dominante del medio televisivo (a su vez alimentado de la práctica más corriente del  medio cinematográfico).


Por el contrario, contra la tendencia dominante, “Los motivos de Berta” están llenos de anotaciones que no se llegan a concretar; de motivaciones que se nos escapan, pero que en su conjunto permiten otro discurso narrativo coherente, en la inminencia de una revelación que no acaba de producirse.


Sí, es cierto que “en el cine actual hay algo que me asusta: se ha llegado a tal mecanización, tal estandarización de las normas gramaticales, que se traduce en una situación inorgánica, sin ningún tipo de reflexión, puro cliché” (José Luís Guerín). La superación de tal situación vendrá por el ensimismamiento implícito en cierta forma de metalenguaje común a “Los motivos de Berta” y a las películas más lúcidas de la década: perdida la inocencia de la «mirada del idiota» (en afortunada expresión del difunto Raúl Ruiz; el de  Badalona, no el realizador chileno) las formas de escritura en (de) vanguardia fuerzan cierto «curvamiento» que, sintéticamente, se reconoce en el valor añadido de reflexión emanado de forma automática a manera de reactivo operante en cada fotograma no impresionado de forma gratuita, sino responsable y maduramente. Más allá del mero reconocimiento de la cita, que prestara algún valor (efímero) de autoridad, cada plano de “Los motivos de Berta” manifiesta su inalienable voluntad de «ser» y «ser cine», volviendo de la forma más íntegra al punto de partida iniciado con la idea primigenia surgida en la mente de Guerín para terminar donde se empezó; pero eso sí, dejando por el camino una obra cinematográfica que trasciende el valor de la estricta «representación» de  una «historia».


Cine (por) cine


En línea con ese discurso, ligeramente apuntado, no es casual que en este film haya otro film (desconocido) del que nada sabemos. Que veamos un equipo cinematográfico preparando un rodaje que no veremos. Tampoco que “Los motivos de Berta” pueda definirse en una de sus múltiples facetas, como la película de la FAS-cinación de Berta por un loco que vive solo en una casa solitaria en medio de ese mar tierra adentro que son los trigales de Castilla; no por casualidad el Iñaki Aierra de la fallida “Dulces horas” en la casa de “Elisa vida mía”, ambas de Saura (pero no hay ni por asomo ningún calco por parte del catalán Guerín del universo del cineasta aragonés). Asimismo, la presencia  de la americana Arielle Dombasle que es algo más que una de las actrices-carátula de ese otro apurado observador de la vida cotidiana que es Rohmer; a su vez directora, entre otras, de la película “Chasse – Croise”; soprano (interpreta un «lieder» de Schubert en “Los  motivos de Berta”); intérprete de otro significativo papel de actriz en rodaje de otra película, como la Marion Davies de “El sueño del mono loco”, asimismo repasado dos meses atrás. 


Por lo mismo, la fotografía en blanco y negro de Gerardo Gormezano (posterior director de “El vent de l’illa”,  con la que inauguramos el año cinematográfico) más que una rareza o un indicador de falta de medios técnicos (todo lo contrario, es mucho más complicado y costoso que el color) impone aquella declaración de principios sobre “una desconfianza más hacia el valor semántico del color en cine. Pienso que en pintura es muy interesante, en fotografía rara vez y en cine nunca”) (José Luis Guerín). En fin, es de resaltar la construcción de la banda sonora (diálogos, música, ruidos) inusualmente trabajada.


De esta manera, todos los aspectos mencionados de “Los motivos  de Berta” vienen  a superar e integrar los homenajes e influencias detectados por la crítica más atenta: algunos ya se han citado más arriba; otros desde Bresson, pasando por Jean Eustache, Philipe Garrel… Jaques Tati. No se dejará de apuntar la referencia explícita de Guerín a su inspiración “en  el cine de los clásicos, en los trigales de Dovjenko, en los nubarrones de Ford”.


En cualquier caso, unánimemente, la mejor película española de los ochenta.

4/3/1991 

LOS MOTIVOS DE BERTA · España · 1983 · 118 min

Dir.: José Luis Guerín · G.: José Luis Guerín · Fot.: Gerardo Gormezano · Mnt.: José Luis Guerín · M.: Jean-Louis Valero y Arielle Dombasle · Int.: Silvia Gracia, Arielle Dombasle, Iñaki Aierra, Raquel Díaz, Juan Diego Botto, Raúl Freire, Carmen Ávila, Pura Bodelón

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