Cuentos de Tokio

Inv.: Santos Zunzunegi

No había movimiento. Tan solo planos fijos. Pequeños interiores  japoneses. Conversaciones familiares, elipsis, diagonales, la asimetría entre los padres y los hijos y los nietos. Ventanas, cables, postes, chimeneas. Una película sobre el paso del tiempo. Y sobre la soledad, la vejez, la armonía, el sosiego y el desasosiego...; la ingratitud, la calma, la calma y los detalles pequeños, muy pequeños. Tras una hora de película, ocurre lo imposible: el travelling más emotivo de la historia te golpea, como una pedrada. Una pared interminable da paso a los ancianos, sentados en la hierba. Aguardan, en la calle, a que la nuera vuelva del trabajo. Ese modesto recorrido de la cámara no es otra cosa que una lágrima de Ozu. El estilo no es una formalidad en este caso. Pocas veces en la historia del cine se ha conseguido tal simbiosis perfecta de fondo y forma (y una manera de encuadrar como nadie lo ha hecho). Si os dejáis llevar tal vez os aproximéis al milagro...