HABLANDO UN POCO DE CINE (I)
Sí, hablemos un poco de cine. Esto es un cineclub. El decano de los cineclubes europeos y del mundo, posiblemente: el cineclub Fas. Yo mismo colaboro puntualmente con este proyecto que ya cuenta con casi 60 años a sus espaldas, y creo que aún tiene los hombros y las “agallas” preparadas para cargar con algunos que otros lustros o decenios de propina. Y he dirigido varios cortometrajes y una opera prima y, actualmente, preparamos el rodaje de un documental sobre la figura del tenor canario Alfredo Kraus y, desde hace unos seis años, he impartido clases de dirección y guión en diversas escuelas y organismos oficiales. Y de momento ya basta: ni quiero alargarme ni darme excesivo jabón.
Estoy contento con mi altura: 1,82. Y estoy “limpio”. Simplemente he querido hacer constar que hablando de cine yo también sé hablar un poco. Pero sin que, en esta ocasión, “la voz de la experiencia” vaya a decir nada. Que hablen sólo los “ojos de un espectador”. Y me explico.
Y es que mucho antes que director, guionista o profesor de cine yo he sido espectador de cientos y cientos de películas. Me apasionan las películas. Las devoraba. En el cine, principalmente. Los martes, en el Fas. Nos vemos. Y en televisión. Y en vídeo y en dvd después, ocasionalmente (al sr. Blu-Ray no tengo aún el placer de haber coincidido con él).
Había días (sí, eran otros tiempos, lo reconozco) en que era capaz de ver ¡hasta cuatro películas!, y más tarde, por la noche, en la soledad de mi habitación, alguna que otra “caía” como colofón a una jornada de 7º Arte a través de la televisión o del vídeo o del dvd. Y creo que salvo contadísimas excepciones no me arrepiento de haber visto ninguna de ellas.
Que de todas las películas se puede aprender algo es la enseñanza que debería figurar sobre la puerta de acceso a cualquier escuela de cine que se precie de ser tal. Esto es una máxima que yo he tenido clara desde el principio. Y el Fas sirve, en este caso también, como “magnífico reducto” a mantener contra viento y marea. Pero con el tiempo he descubierto que los mejores cineastas norteamericanos, de los Estados Unidos (de Los Ángeles a Nueva York, para más señas), también se han aplicado sabiamente este cuento de visionar mucho, muchísimo cine. En esto han sido precursores y maestros. Y continúan siendo insuperables. Esto, por lo menos esto, deberíamos aprender de ellos.
Sí, aún me asombra la capacidad de muchos de estos mejores directores estadounidenses de asimilar y trasladar a sus propias películas, imágenes, secuencias, personajes, los siempre escurridizos tempi narrativos de otras películas alejadas de las suyas tanto en el tiempo como en el espacio. Y citar, en este último caso y para aclarar, más que nada, esta noción de tempi narrativos, el nombre de Tarantino me parece una verdad de Perogrullo (el que a la mano cerrada le llamaba “puño”, por si alguien se ha olvidado). Sin que tengamos que irnos más lejos, el ritmo, el tomarse sus-tempi-para-decir-y-contar-las cosas que nos demuestra en Malditos bastardos (Unglorius Bastards, creo) no puede entenderse sin la certeza de que el cineasta norteamericano ha deglutido, literalmente, infinidad de spaghetti western, sus tempi, y el cine de Sergio Leone en particular. Aunque, sí, puede que el ejemplo de Tarantino resulte demasiado obvio. Su cine es el incontrovertible celuloide de un excelente espectador de tantas y tantísimas películas. No en vano Quentin trabajó como esforzado dependiente de un cineclub (¿lo habéis oído alguna vez?).
Por eso, ahora, me gustaría referirme a otro ejemplo de esta asimilación y traslación o “fructífera transfusión”, posiblemente, no tan obvio ni conocido ni manoseado como el anterior (que no por ello perdería validez para lo que tratamos de decir, por supuesto). Y me sitúo. La película es conocida por todos los buenos aficionados. Se trata de Blade Runner. Y la secuencia sobre la que quiero poner la atención es la penúltima, aquella que antecede al The End, la mítica e inolvidable muerte del replicante Nexus 6 frente a la mirada alucinada y perpleja del detective que encarna Harrison Ford. El director, ya lo sabéis, es Ridley Scott. De estilo norteamericano. Y la “transfusión”, en este caso, viene también del antebrazo de Sergio Leone. ¿Habéis visto, y recordáis, la muerte de Cheyenne en la bonita Hasta que llegó su hora? Cheyenne (como Nexus 6) también se sienta despacio antes de morir (él lo hace frente a Charles Bronson), y cruza las piernas a “lo indio”, y habla, y habla mucho, filosofa (Nexus 6 a su manera, Cheyenne, a la suya), y ladeando, por fin, sobre el hombro muy suavemente la cabeza expira como si la vida se hubiera escapado de su cuerpo a través de ese último suspiro, de esa última palabra. La vida se detiene durante unas décimas de segundo.
¡Pero claro, pensará más de un aguafiestas, esas dos películas, y esas escenas en concreto, son muy diferentes! Y yo no lo niego. El argumento, el género (la ciencia-ficción y el western), los diálogos (Cheyenne no habla de “las lágrimas en la lluvia”, ni de “la puerta de Tannhauser”), y todo lo que flota en la superficie y se ve es muy distinto (la fina lluvia y la “negrura” de Blade Runner, el machacante sol y los cielos azules de Hasta que llegó… serían apenas otros ejemplos).
Por eso yo no hablo de esas “evidencias”. Hablo de “transfusión”, o quizás fuera mejor, debiera emplear el sustantivo “inhalación”. Más que nada porque el aire no es “evidente”. El aire no se ve. El aire se siente. Por esto, la inhalación nunca trata de calcar, de “fusilar”, de plagiar o copiar. Porque, ¿cómo podría copiarse aquello que sólo puede sentirse, cómo copiar lo que es invisible? Por esto, la inhalación trata más de asimilar y “capturar” algo que resulta tan etéreo como el “aire”, el espíritu que emana, en nuestro caso, de una determinada película o de una determinada secuencia, empapándose hasta los huesos del último sentido de la puesta en escena, de la manera que tienen los actores y actrices de moverse, de construir, de flotar en el plano (¿o acaso Cheyenne y Nexus 6, aun permaneciendo los dos sentados bajo el sol o la fina lluvia de Los Ángeles, no parecen flotar ingrávidos durante sus respectivos adioses a esta vida a la que tanto han amado?), y captar su sentimiento: su “aroma” definitivo. Porque los grandes momentos del cine también “huelen”. ¿O no huelen a muerte esas despedidas de Cheyenne y Nexus 6 aguardando a que el tiempo les roce con su tick-tack y les detenga? Y hacer, así, de ese o de esos momentos, un momento universal.
Luego desde aquí, y sin que sirva para todos los casos (sólo para los mejores), lanzo una amistosa consigna: respetemos el cine hecho en los USA, el cine de “los mejores espectadores del mundo”. Y no caigamos en las fáciles tentaciones de aquellos que, a menudo, lo califican únicamente de comercial o simple. Y se quedan tan anchos. Sin duda algunas hojas (o algunas incorregibles albóndigas, o Porkys, o Rockys 8) nos impiden ver el bosque completo y ayudan a que ese ensanchamiento sea una realidad.
Sin embargo, aprendamos nosotros (y el cineclub Fas es un excelente compañero de viaje para este aprendizaje), en su lugar, del cine las mágicas enseñanzas que sólo los mejores espectadores pueden retener e incorporar a su “zurrón” de artistas. Y ningún cineasta europeo, asiático o africano ha sabido plasmar en sus películas mejor esas mágicas “inhalaciones”, esas mágicas enseñanzas. En esto los cineastas estadounidenses (los mejores) son únicos. Nadie como ellos ha sabido mirar, apre(h)ender, conjugar lo intangible del 7º Arte en una simbiosis perfecta a partir de dos visiones tan diametralmente opuestas del mundo.
Porque, ¿habría algo tan distinto y, sin embargo, tan similar como esas muertes de Cheyenne y Nexus 6, tan similar como el “aroma”, o las irónicas resignaciones de los dos personajes ante lo único inevitable? Y para todo eso hace falta saber ver, y ver y ver cientos de veces una cosa, una película por ejemplo. Porque sólo después de ese enésimo vistazo nos podremos descubrir a nosotros mismos mirando otra cosa, otra película por ejemplo. Como muchos de los mejores directores del mundo. Los estadounidenses, sin ir más lejos. Y el cineclub Fas, que este trimestre reanuda sus proyecciones y actividades después del verano, es una gran ayuda en este sentido. Por eso, algunos seguimos muy a gusto en la pelea.
Seguramente mi actual y fría relación profesional con el 7º Arte provenga, precisamente, de la falta de esa “chispa”, del necesario apasionamiento que siento hoy cuando acudo a un cine a una película.
No en vano cualquiera que haya oído hablar de las escuelas de cine de Los Ángeles y Nueva York sabrá que la asignatura de “mirar películas” es la llave que abre las aulas donde se imparten las otras materias relacionadas con este “noble arte de contar historias en movimiento”.
Toni Abad