A propósito de Fausto
A mí me tocó presentar y hablar, durante el coloquio que siguió a la proyección de la película, sobre el Fausto que el director ruso Alexandr Sokurov dirigió en 2011. Tuve suerte. Fausto, en la versión del director ruso, me sigue pareciendo la última gran película que he tenido ocasión de ver, y tal como se nos pinta el panorama, me temo que la última que tendré ocasión de ver en bastante tiempo. La película es rotunda, grande, ambiciosa, un prodigio de talento y sensibilidad. Quizás algunos pudieran encontrarle algún “pero” pero ojalá todos los “peros” fuesen como los que podemos disfrutar viendo este Fausto, de Sokurov. Es más. Incluso me atrevería a decir que estos “peros” lejos de deprimirme, incrementan el valor de la película. Le hacen, al fin, parecer más humana. Y a Sokurov, uno de los nuestros. No un extra-terrestre licenciado en alguna escuela cinematográfica de los confines siderales.
Pero aún habría más. Alguna lección que este sexagenario cineclub ha aprendido a pies juntillas y a la que se aplica de manera concienzuda. En su muy meditada y calculada programación, por ejemplo. Así, en el original poema teatral de Goethe podemos sentir y leer, casi al final, a un Fausto ya arrepentido de haber entregado su alma al diablo mefistofélico a cambio de una eterna juventud que, además de imposible, resulta en su eternidad estática, putrefacta, como el agua que estancada en un pozo termina sus días empozoñada. Se lamenta Fausto de no haber aprendido a vivir sus días según los días que son, y que a todos nos deberían hacer desear vivir la vida a lo largo de los años. Porque la vida o es una sucesión ininterrumpida, o es una vida fraudulenta. Y continúa Fausto, nadie es digno de la libertad y de la vida si no sabe conquistarlas día a día. De este modo, y en medio de los peligros que le rodean, el niño, el adulto y el viejo pasan aquí, en la Tierra, felizmente sus años. Triste de mí que no puedo ver semejante actividad. Y sigue, si pudiera contemplarle diría al momento que pasa: ¡suspende tu vuelo, instante deleitoso! Pero no, la huella de mis días terrestres no puede perderse en la sucesión de los siglos.
Y esto el Cineclub FAS se lo ha aprendido de memoria. Vive sus tiempos año tras año. No añora sino que mira adelante. No se ha estancado en una supuesta “edad dorada” sino que disfruta de cada día, de los días que son sucesivos. Y así se adapta a los tiempos-que-corren. Este año hemos visto, entre otros, además del Fausto, de Sokurov, el Holy Motors, de Leo Carax, el César debe morir, de los Taviani. Cierto es que a veces el cine club también echa la vista atrás y se reencuentra con los Cuentos de Tokio, de Ozu. Pero sólo para tomarse un respiro y tirar, después, hacia delante. Posiblemente éste sea el secreto de su éxito. No vivir “apalancado”. Como Fausto con su juventud. Y vivir, a cambio, siempre con las piernas tensionadas. Dispuestos a salir disparados en cuanto suene el pistoletazo de salida (en septiembre). Y trazar, en el impulso, la zancada más rápida y larga de entre todos los participantes en esta carrera cultural. El clásico carpe diem ya no nos resulta suficiente. Preferimos los carpe dies. Con los “días” en plural.
Toni Garzón Abad